lunes, 19 de noviembre de 2007

Nota sobre el capítulo ocho (El Coro)

Sobre la jerarquía angelical: La angelología establece una jerarquía de nueve estadios (o coros) para los ángeles, de las cuales el de los arcángeles es el segundo por la cola (tras él, solamente los ángeles "rasos"): serafines, querubines, tronos, dominaciones, virtudes, poderes, principados, arcángeles y ángeles. En los tiempos de este relato las cosas eran mucho más simples. Estaban solamente los ángeles, y sobre ellos los siete arcángeles, que eran los que más mandaban después de Dios.

El Coro

Patiel llevó a los dos niños a una plaza donde se encontraban cientos de seres como ellos. Estaban sentados en unas gradas de piedra, mirando al centro donde les puso Patiel. Viael se sintió asombrado y algo intimidado pues después de tanto tiempo no podía estar acostumbrado a ser mirado por tanta gente.

- Éstos son casi todos los ángeles que existen -explicó por fin Patiel-. Como ellos y como yo, vosotros sois también ángeles, fragmentos de divinidad desprendidos de Dios, nuestro Señor, el ser supremo que creó el Universo.

Extendió la palma de la mano hacia el palco que presidía la plaza. En él, había siete tronos de piedra sobre los que se sentaban cuatro extraordinarios ángeles, todos ellos con cuatro alas, siendo el más bello de ellos Lucifer. Tres asientos estaban desocupados.

- Los ángeles más puros y poderosos son elevados por el Señor a la categoría de arcángeles. Ellos nos guían y nos gobiernan para cumplir la voluntad de Dios. De izquierda a derecha podéis ver a Lucifer, a quien ya conocéis, a Rafael el sanador, a Sariel el limpio y a Gabriel, el mensajero. Los otros tres arcángeles se encuentran en otros lugares cumpliendo misiones divinas.

Después se dirigió a la tribuna de los arcángeles.

- Hermanos, os traigo a dos nuevos miembros de nuestro hermoso coro. Éste es Amarel y éste Viael.

- Bienvenidos sean, exclamó Lucifer. Dadles la bienvenida.

Los ángeles de las gradas se pusieron en pie y elevaron una canción sin letra en honor de los niños. Estos se sintieron muy impresionados.

Tras la canción, Gabriel bajó graciosamente del púlpito y se detuvo a una pequeña distancia del suelo.

- Amarel, Viael, acompañadme. Os he de presentar ante Dios.

domingo, 18 de noviembre de 2007

La Ciudad Blanca

Llegaron a un nuevo planeta y los dos niños quedaron sorprendidos por su belleza. La roca en vez de negra e irregular, era blanca y armoniosa, y devolvía la luminosidad de las estrellas. Sobrevolaron una llanura desierta hasta llegar a una zona donde las rocas eran más extrañas aún. Se levantaban en formas curiosas, pero simétricas y perfectas, unas apiladas encima de otras en formas que el azar nunca elegiría. Amarel dedujo que alguien había dado forma a esas piedras.

Entre las construcciones veían andar a gente alada como ellos, cada uno con su propia y característica luz. Descendieron y andaron por las calles de aquella magnífica ciudad. Los habitantes les sonreían y les miraban con curiosidad. Amarel estaba fascinado por todos ellos y deseó tener tiempo más adelante para estudiarlos uno a uno. Mientras, Viael miraba fascinado el oro que ornamentaba las piedras y devolvía la luz, pues era la primera vez que contemplaba un metal.

Patiel les llevó hasta una de aquellas construcciones, una de las más grandes y hermosas, y entró en ella. Les llevó por su interior hasta el ser más hermoso que habían contemplado jamás. Estaba arrodillado, con las palmas de las manos unidas y los ojos cerrados. Su rostro, donde era imposible encontrar una imperfección, transmitía una sensación de armonía y paz interior que invitaba a contemplarlo por la eternidad. Su larguísimo cabello era lo único que se saltaba el orden, cayendo caprichoso por sus hombros, espalda y pecho. Sorprendentemente, no tenía dos, sino cuatro alas plegadas en su espalda. Pero lo más bello de aquel ser extraordinario era la luz que emitía, que no tenía comparación con la de ninguno de los habitantes que habían visto. Los niños sintieron instantáneamente una profunda admiración hacia él.

- ¡Hola! -exclamó Amarel emocionado-.

- Shhh... -le reprendió Patiel en voz baja-. No le molestes. Ahora está orando.

Dos preciosos ojos se abrieron y miraron a Patiel y los dos niños. Después su dueño se puso de pie, frente a ellos.

- Lucifer, he encontrado a estos dos niños. Al parecer llevaban mucho tiempo viviendo juntos. Sus nombres son Amarel y Viael.

- Muy bien. Reuniremos al Coro y les daremos la bienvenida que merecen -dijo con una sonrisa-.

- Niños, éste es Lucifer. Él fue quien me encontró a mí, y quien me encomendó la tarea de buscar y traer a los niños que se pierden en su nacimiento. Él es muy importante, así que tenemos que obedecerle siempre.

Después Patiel les llevó a otra construcción, más pequeña, y les dijo:

- Voy a reunir a todos para que os conozcan. Pero deberéis quedaros en mi casa mientras tanto.

Al poco de irse Patiel, Viael quiso salir también.

- ¿Dónde vas? Patiel nos ha dicho que nos quedemos aquí.

- ¿Cómo voy a quedarme con la de cosas emocionantes que hay ahí fuera?

- Porque Patiel nos ha dicho que nos quedemos.

- ¡Ya lo he oído! Pero, ¿por qué puede decirme él a dónde puedo ir y a dónde no?

Viael fue hacia la salida, pero su compañero se puso delante, con los brazos en cruz y las las extendidas.

- Por favor. No te vayas.

- ¡Está bien! -dijo Viael enfadado-.

viernes, 16 de noviembre de 2007

Adoptados

Los dos compañeros estaban volando juntos cuando vieron cómo una luz se acercaba. Dentro de ella se veía a un ser muy parecido también a ellos, pero bastante más grande. Sonreía y se acercaba a ellos volando con sus grandes y majestuosas alas. Ambos le miraban atónitos. Nunca hubieran imaginado que existiera alguien en el Universo más allá de ellos dos.

- Saludos, niños. Mi nombre es Patiel.

- Saludos, Patiel -respondió uno de los pequeños-. Nosotros no tenemos nombre porque nadie ha tenido que nombrarnos nunca.

- No te preocupes, porque he venido a daros nombre y a presentaros a nuestra comunidad. Tú te llamarás Amarel, y tu amigo llevará el nombre de Viael.

Viael estaba sorprendido de que Amarel hubiera sido capaz de hablar con tanta soltura. Entendía lo que decían porque era una capacidad innata, pero nunca se había dado cuenta de que podían hablar.

Patiel creó de la nada ropa como la que él mismo llevaba, y vistió a los niños con ella.

- Tomad mis manos, os llevaré a que conozcáis a los demás.

- De acuerdo -respondió Amarel tomando la mano con una amable sonrisa-.

Viael cogió la otra mano de Patiel. Casi le dio vértigo pensar en las cosas nuevas que conocería. Estaba totalmente intrigado y desconcertado, pero también emocionado e impaciente. Patiel movió sus poderosas alas y se elevó con los niños por el cielo.

Dejó atrás la atmósfera, pero la falta de aire con el que impulsarse no le impidió seguir moviéndose a su antojo. Esto fascinó a Viael, que siempre había querido atravesar el espacio en busca de lugares nuevos. Tiró con fuerza de la mano y consiguió soltarse y después empujó a los otros dos para alejarse de ellos.

Intentó modificar su rumbo, pero al no tener puntos de apoyo lo único que consiguió es girar sobre sí mismo. Patiel le persiguió y le dijo en tono severo:

- ¿Pero qué haces? Tienes que venir con nosotros.

- ¿Cómo lo haces -quiso saber Viael-? ¿Cómo puedes volar sin aire?

- ¿Y cómo puedes hablar tú, si el sonido no se transmite en el vacío? Nosotros, aunque podemos interactuar con ella, no estamos sujetos a las mismas normas que la materia, pues pertenecemos a un estadio superior. Yo me impulso con mis alas porque quiero hacerlo, no porque haya aire o no. Pero no es algo que se aprenda en un momento ni que todos sepan hacer, pues nuestras habilidades difieren de unos a otros.

Cuando Patiel estaba a punto de tomarlo de nuevo, Viael aleteó con furia y logró escapar. Feliz por haber superado por fin esa limitación, comenzó a volar en direcciones aleatorias, mientras Patiel, luego de haberse recobrado de la sorpresa por la rapidez con que el pequeño había aprendido la nueva habilidad, le perseguía con Amarel agarrado en la otra mano.

- ¡Vuelve aquí! ¡Tenemos que irnos!

A Viael le divertía y llenaba de orgullo el que Patiel, mucho más experto que él, fuera incapaz de alcanzarle. Reía mientras el adulto trataba, enfadado, de agarrarle.

- ¡Para de una vez, por favor!

Esta vez era la voz de Amarel la que sonaba enfadada. Viael se quedó parado de golpe. No pretendía molestar a su compañero, y se sintió culpable. Le sentó fatal que la primera vez que Amarel le dirigió la palabra fuera parar reprocharle.

Patiel le tomó de la mano, esta vez con mucha fuerza y voló con los niños hacia su nuevo hogar. Viael miraba hacia adelante impaciente por descubrir lo que les esperaba. Amarel, sin embargo, miró con mucha tristeza el mundo que acababan de abandonar.

miércoles, 14 de noviembre de 2007

La vida de Amarel y Viael

Aquella gigantesca roca se convirtió en el hogar de Viael y Amarel durante mucho tiempo. En ese tiempo crecieron un poco y se dieron cuenta de que no necesitaban tocarse para estar juntos, ni tampoco necesitaban estar juntos todo el tiempo para sentir y desarrollar su afecto.

Esto fue para ambos un alivio, pues les permitió desarrollarse sin frenarse el uno al otro, a la vez que mantenían su cariño y lealtad. También puso de manifiesto que, extrañamente, los dos eran muy diferentes entre sí, a pesar de haber tenido prácticamente las mismas vivencias.

Viael era inquieto e intrépido. Siempre estaba moviéndose. Disfrutaba volando a gran velocidad, pero le gustaba casi más correr y saltar sintiendo las afiladas piedras clavarse en sus pies. Le encantaba conocer sitios nuevos y casi había visto ya todos los lugares de aquel planeta. Miraba con a los astros y anhelaba visitarlos, aunque nunca pudo acercarse a ellos porque necesitaba la atmósfera del planeta para impulsar sus alas. Solamente abandonaba su fugaz movimiento cuando le aptecía disfrutar de su compañero. Entonces se paraba junto a él y se dedicaba a observarle, o se abrazaban y pasaban largos momentos así.

Amarel sin embargo era calmado y contemplativo. Aunque alguna vez caminaba, cuando pretendía moverse más de unos metros siempre volaba. Solía hacerlo muy lentamente, tanto que ni siquiera su compañero, con toda su extraordinaria destreza, lograba ir tan despacio, y miraba mientras tanto al suelo, observando cada detalle. Aunque a su compañero le gustaba conocer muchas cosas, él prefería pararse en los detalles. El tiempo que Viael empleaba en visitar un millar de lugares diferentes a toda velocidad, Amarel podía emplearlo en observar detenidamente cada cristal de una pequeña piedra. Solamente abandonaba esa quietud cuando quería disfrutar de su compañero. Entonces extendía las alas y le perseguía tan rápido como podía, o se ponía delante suya y trataba de escapar de él.

martes, 13 de noviembre de 2007

Explorando el mundo

Viael miró maravillado el paisaje que tenía ante él. Un paisaje escarpado, de negras rocas puntiagudas y montañas al fondo. Sobre ellas se arremolinaban nubes de gases que al rozar unas con otras, provocaban chispas de electricidad y destellos de luz.

Sintió de repente cómo su compañero se abalanzaba sobre él, deseoso de volver a abrazarle, con tanto ímpetu que le tiró al suelo. Con severidad, le apartó de él y le obligó a contemplar la vista, sujetándole la cabeza. Ante la confusión de su amigo, Viael aprovechó para echar a correr.

No sabía si le emocionaban más los paisajes que iba descubriendo o el reto de tener que correr y saltar sobre ellos. De vez en cuando se paraba a esperar al otro, cuyas habilidades atléticas, si bien no eran malas, no podían compararse con las suyas. Pero Viael nunca se dejaba alcanzar.

Observó con sopresa una fuerte luz en el horizonte. Conforme se acercaba notó un intenso calor. En la cara iluminada del planeta la temperatura era tan inhabitable por alta como por baja lo era en la cara oscura. Afortunadamente, ellos no eran humanos, y lo que a una persona normal le hubiera provocado una deshidratación instantánea, para ellos solamente fue otra emocionante sensación nueva.

Mientras corría a toda velocidad, Viael encontró un gran abismo, una grieta que mediría varios kilómetros de ancho. Pero Viael no tenía ganas de pararse en ese momento. Dio un prodigioso salto, y en su culmen, extendió sus alas y planeó hasta el otro borde.

Su compañero le miraba atónito. Contento con su nueva habilidad, aunque por algún motivo no tan sorprendido como cabría esperar, Viael voló hacia su amigo, le tomó de las axilas, le levantó por los aires y le dejó caer desde una gran altura, pues pensaba que su compañero solamente aprendería cuando tuviera la necesidad.

Éste lo único que pudo hacer es extender sus brazos, piernas y alas para frenar la caída y hacerla menos dolorosa. Pero Viael no le dejó reponerse. Le volvió a coger, a levantar y a soltar. Y lo estuvo repitiendo, para desesperación del otro, hasta que fue capaz de mantenerse en el aire por sí mismo. Entonces Viael volvió a tierra y se puso a correr.

lunes, 12 de noviembre de 2007

Movimiento

Viael andó, saltó, corrió. Las habilidades para desplazarse que estaba aprendiendo le resultaban muy emocionantes, después de tantísimo tiempo durante el que no podía cambiar su rumbo. Ahora podía ir donde quisiera, y se preguntó que habría fuera del enorme cráter en el que estaban.

Comenzó a moverse hacia los límites de esa zona, pero en un momento giró la vista y vio a su compañero. Le miraba con ojos compungidos y trataba de alargar la mano hacia él. Aprendió sobre la empatía al descubrir que cuando quien había sido su acompañante sentía dolor, era también doloroso para él mismo.

Por ello volvió hasta él, le tomó de los brazos y le sujetó hasta obligarle a quedarse de pie. Después le movió las piernas, pero su aprendiz no era capaz de repetir los movimientos por él mismo y se caía. Repitió la operación varias veces, pero siempre con el mismo resultó. A Viael le resultaba muy enervante, ¿cómo era posible que el otro no pudiera hacer aquello que él había aprendido con tanta naturalidad? Comprendió que así no conseguiría nada, así que se dio la vuelta y comenzó a alejarse. Lentamente.

Volvió la vista y vio la angustia con que le miraba. Sintió dolor, pero decidió seguir adelante. La siguiente vez que giró la vista vio que el otro, tembloroso, trataba de mover los pies para imitar sus movimientos. Parecía que estaba funcionando, así que Viael siguió adelante. Después de muchos pasos en falso, y alguna caída, su compañero comenzó a andar tras él.

Conforme su perseguidor iba ganando habilidad, Viael aceleraba su paso. Sabía que esto sería frustrante, pero era la única forma de enseñarle. Después los difíciles momentos iniciales, se encontraron corriendo uno delante de otro.

Así hasta que Viael subió al borde del cráter.