domingo, 18 de noviembre de 2007

La Ciudad Blanca

Llegaron a un nuevo planeta y los dos niños quedaron sorprendidos por su belleza. La roca en vez de negra e irregular, era blanca y armoniosa, y devolvía la luminosidad de las estrellas. Sobrevolaron una llanura desierta hasta llegar a una zona donde las rocas eran más extrañas aún. Se levantaban en formas curiosas, pero simétricas y perfectas, unas apiladas encima de otras en formas que el azar nunca elegiría. Amarel dedujo que alguien había dado forma a esas piedras.

Entre las construcciones veían andar a gente alada como ellos, cada uno con su propia y característica luz. Descendieron y andaron por las calles de aquella magnífica ciudad. Los habitantes les sonreían y les miraban con curiosidad. Amarel estaba fascinado por todos ellos y deseó tener tiempo más adelante para estudiarlos uno a uno. Mientras, Viael miraba fascinado el oro que ornamentaba las piedras y devolvía la luz, pues era la primera vez que contemplaba un metal.

Patiel les llevó hasta una de aquellas construcciones, una de las más grandes y hermosas, y entró en ella. Les llevó por su interior hasta el ser más hermoso que habían contemplado jamás. Estaba arrodillado, con las palmas de las manos unidas y los ojos cerrados. Su rostro, donde era imposible encontrar una imperfección, transmitía una sensación de armonía y paz interior que invitaba a contemplarlo por la eternidad. Su larguísimo cabello era lo único que se saltaba el orden, cayendo caprichoso por sus hombros, espalda y pecho. Sorprendentemente, no tenía dos, sino cuatro alas plegadas en su espalda. Pero lo más bello de aquel ser extraordinario era la luz que emitía, que no tenía comparación con la de ninguno de los habitantes que habían visto. Los niños sintieron instantáneamente una profunda admiración hacia él.

- ¡Hola! -exclamó Amarel emocionado-.

- Shhh... -le reprendió Patiel en voz baja-. No le molestes. Ahora está orando.

Dos preciosos ojos se abrieron y miraron a Patiel y los dos niños. Después su dueño se puso de pie, frente a ellos.

- Lucifer, he encontrado a estos dos niños. Al parecer llevaban mucho tiempo viviendo juntos. Sus nombres son Amarel y Viael.

- Muy bien. Reuniremos al Coro y les daremos la bienvenida que merecen -dijo con una sonrisa-.

- Niños, éste es Lucifer. Él fue quien me encontró a mí, y quien me encomendó la tarea de buscar y traer a los niños que se pierden en su nacimiento. Él es muy importante, así que tenemos que obedecerle siempre.

Después Patiel les llevó a otra construcción, más pequeña, y les dijo:

- Voy a reunir a todos para que os conozcan. Pero deberéis quedaros en mi casa mientras tanto.

Al poco de irse Patiel, Viael quiso salir también.

- ¿Dónde vas? Patiel nos ha dicho que nos quedemos aquí.

- ¿Cómo voy a quedarme con la de cosas emocionantes que hay ahí fuera?

- Porque Patiel nos ha dicho que nos quedemos.

- ¡Ya lo he oído! Pero, ¿por qué puede decirme él a dónde puedo ir y a dónde no?

Viael fue hacia la salida, pero su compañero se puso delante, con los brazos en cruz y las las extendidas.

- Por favor. No te vayas.

- ¡Está bien! -dijo Viael enfadado-.

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