sábado, 10 de noviembre de 2007

Dos almas en el vacío

Cuando Viael nació ya tenía consciencia de sí mismo. Era, claro, una consciencia muy limitada, ya que no tenía conocimiento sobre nada de su alrededor. Esto era así principalmente porque no había nada alrededor. Viael, desde su primer instante de existencia poseía ya una aguda inteligencia, pero no tenía sobre qué aplicarla. Ni siquiera tenía un nombre, ya que el nombre de Viael, lógicamente, le sería impuesto más adelante.

Así que durante el tiempo que estuvo viajando por el vacío, el recién nacido sólo pudo escrutar, explorar y reflexionar sobre sí mismo. Poco a poco fue descubriendo su cuerpo y aprendió a conocerlo y moverlo, aunque aún no le servía para nada. Con el tiempo se percató de unas lucecitas que se veían a distancias grandísimas. Sintió curiosidad por ellas, pero no podía hacer nada por cambiar su rumbo y acercarse.

Las posibilidades de que Viael y Amarel acabaran chocando eran ínfimas, como la probabilidad de que dos balas se encuentren en su trayectoria. Sin embargo, después de muchísimo tiempo a la deriva por el vacío, Viael vislumbró una luz, aún más hermosa que todas aquellas que había visto ya. Más adelante en su vida vería otras luces más intensas, más hermosas, más poderosas, pero ninguna jamás le transmitiría la confianza y la paz que despertaron en él en éste momento.

Si era improbable que se encontraran, más increíble aún es que el choque no fuera violento, como suele pasar con los cuerpos que se encuentran cuando viajan a gran velocidad por el espacio. La casualidad, y no otra cosa, hizo que Viael viera aproximarse la luz muy suavemente. Con gran sorpresa vio que dentro de aquella luz había un cuerpo como el suyo. El cuerpo era suficientemente diferente para descartar que se tratase de sí mismo, pero tan similar que Viael sólo pudo identificarlo como algo que nunca se le ocurrió que pudiera existir: un semejante.

Cuando estuvieron suficientemente cerca, su nuevo compañero, con curiosidad y sin temor alguno, le tocó con la mano en la cara. Era la primera vez que sentían el contacto con algo que no fuera su propio cuerpo, y la sensación fue agradable. Viael acarició el otro cuerpo y pronto se fundieron en un abrazo.

Durante el tiempo de muchísimas vidas humanas, para ellos el Universo se redujo a ellos mismos. La tarea de comunicarse y conocerse exclusivamente a través del contacto les mantuvo ocupados e interesados, y no echaron en falta nada más.

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